Bruscamente siente gran deseo de ver a su tío y se apresura por
callejuelas retorcidas y empinadas, que parecen esforzarse por alejarlo
de la vieja casa solariega. Después de largo andar (pero es como si
tuviera los zapatos pegados al suelo) ve el portal y oye vagamente
ladrar un perro, si eso es un perro. En el momento de subir los cuatro
gastados peldaños, y cuando alarga la mano hacia el llamador, que es
otra mano que aprieta una esfera de bronce, los dedos del llamador se
mueven, primero el meñique y poco a poco los otros, que van soltando
interminablemente la bola de bronce. La bola cae como si fuera de
plumas, rebota sin ruido en el umbral y le salta
hasta el pecho, pero
ahora es una gorda araña negra. La rechaza con un manotón desesperado, y
en ese instante se abre la puerta: el tío está de pie, sonriendo detrás
de la puerta cerrada. Cambian algunas frases que parecen preparadas, un
ajedrez elástico. «Ahora yo tengo que contestar...» «Ahora él va a
decir...» Y todo ocurre exactamente así. Ya están en una habitación
brillantemente iluminada; el tío saca cigarros envueltos en papel
plateado y le ofrece uno. Largo rato busca los fósforos, pero en toda la
casa no hay fósforos ni fuego de ninguna especie; no pueden encender
los cigarros, el tío parece ansioso de que la visita termine, y por fin
hay una confusa despedida en un pasillo lleno de cajones a medio abrir y
donde apenas queda lugar para moverse.
Al salir de la casa sabe que no debe mirar hacia atrás, porque...
No sabe más que eso, pero lo sabe, y se retira rápidamente, con los
ojos fijos en el fondo de la calle. Poco a poco se va sintiendo más
aliviado. Cuando llega a su casa está tan rendido que se acuesta en
seguida, casi sin desvestirse. Entonces sueña que está en el «Tigre» y
que pasa todo el día remando con su novia y comiendo chorizos en el
recreo Nuevo Toro.
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